viernes, 5 de septiembre de 2008

La planeación estratégica desde lo local: punto de partida del desarrollo sustentable.

Enrique Jiménez Oliva


El desarrollo, en su concepción actual, ignora lo que no es calculable ni mesurable, es decir, la vida, el sufrimiento, la alegría, el amor, y su única medida de satisfacción radica en el crecimiento de la producción, de la productividad, de la renta monetaria. Concebido únicamente en términos cuantitativos, ignora las cualidades de la existencia, las cualidades de la solidaridad, la cualidades del medio, la calidad de vida, las riquezas humanas no calculables, ignora la donación, el honor, la conciencia.
Edgar Morín

“Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido” versa así un refrán popular de la cultura mexicana. Afortunadamente aún son rescatables los argumentos y planteamientos del conocimiento local para enfrentar los grandes retos del desarrollo. La globalización ha traído consigo una revalorización de lo local que se puede sintetizar en aquello de “pensar lo global y actuar en lo local”.

La globalización, entendida como la creciente interrelación entre los fenómenos económicos y sociales que acontecen a lo largo y ancho del mundo (mundialización, en otros términos), se ha convertido en un concepto referencial constante en la dinámica de los movimientos sociales, sean estos locales, regionales o nacionales, pero además ha construido el andamiaje discursivo y las bases de las investigaciones académicas en general.

Desde la arista oficial ortodoxa, la globalización representa una oportunidad para que todos los países del mundo puedan lograr mejores niveles de bienestar y de calidad de vida. Para otros, la globalización es, por el contrario, el origen de muchos de los males económicos, políticos, sociales y ambientales que acechan a la sociedad en todos los países, particularmente, a los sectores históricamente excluidos de los beneficios del crecimiento económico.

Lo cierto es que la globalización no genera per se una relación directa entre el creciente intercambio de las economías mundiales, con las expectativas de un bienestar generalizado de la sociedad. Por el contrario, es cada vez más claro que este nuevo modelo de orden económico mundial, ha llevado a un porcentaje cada vez mayor de la población a vivir en status de marginación progresiva, y a un buen número de países a excluirse de los circuitos económicos internacionales.

Bajo este contexto nebuloso y poco alentador, es fundamental revalorar y dignificar lo local como espacios estratégicos para el diseño e implementación de modelos alternativos que impulsen un verdadero desarrollo humano sustentable. Es en lo local, donde tienen fundamental pertinencia los procesos de planeación participativa para el diseño de políticas públicas de desarrollo. Y esto no solo legítima la toma de decisiones y propicia esquemas de gobernabilidad democrática, sino que genera condiciones invaluables de participación social y construcción de ciudadanía a partir del desarrollo a escala humana en el contexto de una sociedad políticamente independiente.

La propia democracia naciente se ha visto también alterada por el proceso de globalización, que si bien ha favorecido el conocimiento de las realidades sociopolíticas más allá de las fronteras nacionales, también lo es que esta desintegrando esquemas internos de participación social e integrando esquemas más globales. La democracia más real y duradera es la que se construye a partir de los espacios sociales locales.

En este sentido debemos entender que el desarrollo es un logro de procesos de planeación democrática y de ejercicios de gobierno democráticos; no es un concepto frío y estático; por el contrario, es un concepto dinámico que se debe ir adecuando a las evoluciones sociales y diferenciadas; a los escenarios políticos cambiantes, que si bien es cierto han favorecido la alternancia del poder, no han propiciado la consolidación democrática; esta alternancia es un indicador de los esquemas democráticos, pero no lo es todo.

Así, frente a la concepción que sostiene que el desarrollo es responsabilidad exclusiva del Estado-Nación, a través de la planificación, más o menos centralizada, o del mercado, como aboga el enfoque neoliberal dominante, numerosas experiencias demuestran que el territorio local básico (comunidades y municipios) son espacios donde surgen y se desarrollan procesos de innovación y transformación, convirtiendo a lo local en un actor protagónico del desarrollo1. Estos procesos le han dando forma a una nueva función de los gobiernos locales: el desarrollo local.

En México el concepto moderno de desarrollo local supone un importante cambio estratégico en la concepción del desarrollo y de los roles que deben cumplir los distintos niveles del estado. En efecto, el modelo clásico de desarrollo ha estado ligado al crecimiento económico y está asociado a la implantación de grandes fábricas, generalmente de capital transnacional, que traen consigo la generación de empleo y la proliferación de pequeñas y medianas empresas ligadas, de alguna manera, a la producción de la gran empresa. Este modelo se considera desarrollo exógeno, ya que las fuerzas que lo impulsan arriban desde “afuera” del territorio en el que se asientan y responden a la lógica del mercado globalizado antes que a las particularidades y necesidades locales. Así, frente a este modelo clásico se ha comenzado a difundir, sobre todo en Europa y Canadá, la idea del desarrollo endógeno. Este modelo tiene como principal sostén la revalorización del territorio y de los recursos locales.

El punto de partida es que todas las comunidades territoriales tienen recursos (económicos, humanos, institucionales y culturales) que constituyen su potencial de desarrollo. A nivel local se concentran determinadas estructuras productivas, mercados de trabajo, capacidades innovadoras, un sistema institucional, cultural y de tradiciones propias que se articulan para dar paso a procesos de crecimiento local. Esto no significa, entonces, un rechazo a la inversión externa, sino que se plantea que ésta y las de carácter local deben articularse para obtener un adecuado aprovechamiento de todas las capacidades disponibles para obtener, así, un desarrollo enraizado en el territorio y la comunidad local.

Resulta necesario, entonces, diferenciar las políticas de promoción económica de las de desarrollo local. Las primeras tienen por objetivo el crecimiento económico, es decir, el crecimiento del producto bruto territorial, o local. Este tipo de políticas corre el riesgo de generar enclaves desarrollados y competitivos aislados de la sociedad local ya que no se plantea, necesariamente, una política que articule con las fuerzas productivas y sociales, generando también el desarrollo de la comunidad. En cambio, la concepción de desarrollo local plantea como elemento central la articulación de los actores locales en pos no sólo del crecimiento económico, sino también del desarrollo de las instituciones y de la sociedad local. Es decir y como se ha venido planteando, un modelo de desarrollo auténticamente democrático.

Se trata, entonces, de buscar nuevos caminos de crecimiento y de cambio estructural que permitan un mejor aprovechamiento de los recursos existentes en el territorio a fin de contribuir a la creación de empresas y de empleo y a la mejora de la calidad de vida de su comunidad. Así entendemos el desarrollo local como la capacidad de llevar adelante un proyecto de desarrollo sustentable, que contemple la equitativa distribución de la riqueza aprovechando eficientemente las capacidades de la sociedad local, alentando su participación y, finalmente, que tienda a la inserción en la globalización, conservando la identidad local.

El desarrollo local requiere de la dirigencia local, tanto política como social, un cambio de visión tanto del gobierno como de la sociedad. En efecto, sin negar el papel que tiene el Estado en los ámbitos locales, regionales y nacionales en la consolidación del desarrollo, es necesario dirigir la mirada a la sociedad local para buscar y potenciar sus fortalezas y tratar de reducir sus debilidades.

Al poner en marcha procesos de desarrollo local se generan cambios y resignificaciones de los actores locales que requieren revaloración, pero también conducción social y política. La política local pasa, entonces, a ser un proceso de construcción de un poder local que se nutre de la capacidad de convocar, catalizar, movilizar y coordinar las potencialidades de los autores locales a partir de los atributos de decisión del estado local, atendiendo no sólo a la diversidad cultural sino también a las contradicciones que en estos procesos surgen.

Las visiones y prácticas económicas y sociales se encuentran arraigadas en contextos culturales, políticos e institucionales específicos de cada comunidad local. Por lo tanto la dirección que tome un proyecto de desarrollo local será el resultado de las opciones estratégicas que adoptan los actores de esas sociedades. El gobierno local tendrá, por su propio peso en el entramado de las instituciones locales, un papel central en la “orientación” que tome el desarrollo, debiendo atender a las contradicciones de intereses que esa orientación genere. Así, debido la cercanía de los actores sociales al estado local se puede afirmar que el desarrollo local es el desarrollo más político y societal de desarrollo socioeconómico.

De esta manera, el proceso desarrollo local es, fundamentalmente, una construcción política que reclama modificaciones en el actual modelo de gestión local y en la concepción y el comportamiento de la propia sociedad local. El propio concepto del Desarrollo implica una relación directa con la ciencia política, pues cuando se dice que todo desarrollo es desarrollo social, se entiende que es entonces el desarrollo de las personas, de todas las personas, de las que están vivas hoy y de las que vivirán mañana. En otras palabras: desarrollo humano, social y sustentable.

En sistemas complejos alejados del equilibrio, como las sociedades humanas, el desarrollo sólo ocurre cuando es posible instalar estándares de interacción internos (entre los elementos del conjunto) y externos (con el medio circundante) que garanticen de la mejor manera posible las condiciones de existencia del conjunto, es decir, de la sociedad como tal. Una sociedad en la cual una pequeña minoría de individuos mejora sus condiciones de vida pero no consigue mejorar las condiciones de vida del resto de la población no es una sociedad que se desarrolla, aún cuando pueda ser una sociedad que crece económicamente.

Fortaleciendo el planteamiento que la definición misma del desarrollo implica un análisis a partir de una visión integral y compleja, nos contextualizamos en el planteamiento de que lo que realmente se busca es un desarrollo sustentable.

Las ideas que conforman la matriz conceptual del desarrollo sustentable aparecen en un contexto de una crisis de naturaleza global conformada por diferentes dimensiones que comprenden lo ecológico, lo social, lo económico, lo cultural, lo existencial, lo político, lo epistemológico y lo espiritual en una serie de problemas complejos conocidos como la crisis de la modernidad. La crisis, sin embargo, va más allá de estas dimensiones y significa también la crisis del proyecto civilizatorio modernizador, que se ha extendido e implantado en una gran parte del mundo.

La génesis del desarrollo sustentable puede ubicarse desde dos vertientes. La primera se refiere a una amplia variedad de movimientos ciudadanos y sociales que han vivido y percibido los efectos del desarrollo y que desde la práctica ciudadana han cuestionado sus efectos en la naturaleza y en la vida humana. Muestra de esto son los movimientos juveniles de protesta de los años sesenta, movimiento neorroussoniano hippie, de vuelta a la naturaleza, entre otros.

Una segunda vertiente se genera desde el ámbito académico – institucional a partir de los años 70´s. En la Conferencia de Estocolmo, celebrada en 1972, la ONU reconoce que el desarrollo requiere de una dimensión ambiental y señala la amenaza de una crisis ecológica de naturaleza global. En esta misma década, el Club de Roma plantea la imposibilidad de un crecimiento económico infinito, en un planeta de recursos finitos, señalando además la imposibilidad, para los países subdesarrollados, de alcanzar el nivel de consumo de las sociedades desarrolladas. En la década de los 80´s, el informe: “El futuro del mundo en el año 2000” – llamado también el informe Carter – señala que dadas las limitaciones ecológicas del planeta, el estilo de vida de las sociedades desarrolladas no puede extenderse al resto de la población mundial, por que ello implica una amenaza para la existencia del planeta.

En 1988, la Comisión Mundial del Medio Ambiente y el Desarrollo (CMMAD) de la ONU, por medio del Informe Bruntland, plantea al desarrollo sustentable como un método para corregir los efectos de la crisis ecológica global, y lo define como aquel que satisface las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades.

Posteriormente el concepto y estrategias del desarrollo sustentable es aceptado como una estrategia institucional por los países miembros de la ONU, al firmar una serie de acuerdos y compromisos contenidos en la Agenda 21, formulada en la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992.

En el ámbito académico, también en la década de los 80´s, surge una serie de investigaciones y estudios realizados, entre otros por Ignacio Sachs, Ivan Restrepo, et al., llamada ecodesarrollo.

El concepto de desarrollo sustentable es ahora centro de un intenso debate, y si bien es cierto que es un concepto en construcción, también es objeto de opiniones encontradas. Un punto central del debate es la definición e qué es exactamente lo que quiere sostenerse. Desde algunos enfoques la respuesta puede referirse a sostener los actuales niveles de consumo por que estos hacen más dinámica la economía; o bien, a sostener los actuales niveles de producción, o los niveles de existencia de los recursos naturales. Otros enfoques señalan de manera contundente que lo que no se puede sostener es el actual modelo de desarrollo.

Desde la economía neoliberal, la idea de sustentabilidad se refiere a sostener el actual modelo de desarrollo y el crecimiento económico, considerando las restricciones que el medio natural representa. Desde este enfoque el desarrollo sustentable es un objetivo alcanzable mediante el actual modelo, moderado por la dimensión ambiental. La ciencia y la innovación tecnológica, al propiciar procesos productivos más eficientes en términos ecológicos, y el mercado, al asignar valor a los recursos naturales escasos, son las estrategias para sostener el modelo de desarrollo actual.

Otra perspectiva, que nos parece hacia la cual debemos transitar, es la que considera al desarrollo sustentable como una alternativa a la visión del desarrollo dominante, por ello sus estrategias se orientan hacia la transformación de las instituciones, los patrones de uso de los recursos naturales y las políticas de desarrollo vigentes. Los elementos centrales de esta perspectiva incluyen una democratización efectiva, mayor participación social en la elaboración de las políticas públicas de desarrollo y en la toma de decisiones para su implementación, una redistribución de la riqueza y de los recursos productivos, reorientar el desarrollo científico y tecnológico, y crear un orden económico alternativo en donde se establezcan nuevos y mejores esquemas de relación entre los países desarrollados y los países subdesarrollados, ya que como lo refiere precisamente el informa Bruntland, el principal problema ecológico en el mundo contemporáneo es la creciente brecha entre estos “dos mundos” completamente distintos.

En este informe se consideran tres premisas fundamentales: primero integra los conceptos de desarrollo, bienestar social y calidad de vida; luego, exige la distribución equitativa de las riquezas, tanto entre las generaciones presentes como en relación con las futuras; y finalmente, presupone la utilización equitativa de los recursos naturales, como requisito para asegurar la viabilidad y habitabilidad de nuestro planeta a largo plazo.

El carácter global de la crisis ecológica y la globalización de las relaciones económicas asimétricas entre los diferentes países, son factores que si no se produce una redefinición entre las relaciones de los países desarrollados con los países subdesarrollados, el desarrollo sustentable es una simple quimera.

Este movimiento, se ve reforzado internacionalmente, nuevamente vía la ONU, con la llamada Declaración del Milenio en el año 2000, a partir de la cual se redactan los 8 Objetivos de Desarrollo del Milenio los cuales tienen la peculiaridad e importancia de que están centrados en el ser humano y pueden ser medidos por medio de la construcción de los indicadores diseñados para tal fin. Llevar esto al ámbito local es precisamente una de las tareas centrales de las instituciones, y entre estas, fundamentalmente de las instituciones académicas. Traducir estas expectativas a partir de las realidades sociales diversas y heterogéneas entre ellas de nuestras ciudades, municipios y regiones es uno de los retos impostergables.

En este sentido, las universidades, como Instituciones de Educación Superior, son el corazón de la generación del conocimiento, de su aplicación en las diversas realidades sociales y de su continua evaluación y retroalimentación para que haya una relación estrecha y permanente; indisoluble, entre la forma en que se organiza el conocimiento con las formas en que se organiza la sociedad. En este sentido no es pertinente ni sensata una organización del conocimiento donde de entrada se desjunta las ciencias sociales o humanas de las ciencias naturales, apareciendo como una ciencia deificada y reduccionista, produciendo la proliferación y la especialización y super-especialización disciplinar, apenas compensada por una exigua interdisciplina.

Una ciencia que separa hecho y valor y por lo mismo ciencia y filosofía. Se busca entonces una ciencia, una construcción del conocimiento que se teja a partir de las visiones múltiples y que deben estar entrelazadas para abordar el estudio de la sociedad y de los ecosistemas como un todo que se debe estudiar y gestionar de un modo global. Las políticas de desarrollo sustentable deben construirse transversalmente, es decir, por arriba de los enfoques sectoriales.

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