viernes, 16 de enero de 2009

El valor social de la Arquitectura.



El valor social de la arquitectura.
Mario Fernández de la Garza

Desde Vitubrio hasta el maestro Villagrán el valor social de la arquitectura se integra al valor ético de la misma. Valores éticos, estéticos, lógicos y utilitarios. Una valoración de la obra arquitectónica a partir de una taxonomía axiológica que, a partir de la realidad concreta de un ente construido, apela a la realidad de un ente de pensamiento para poder describirla, evaluarla y aprehenderla racionalmente en la complejidad de su estructura y contextualización.

A la clasificación de los valores mencionada se le adiciona el valor social, a partir de la ponderación del destino comunitaria de los bienes, a partir de la reflexión que generan las corrientes de sensibilización social de finales del siglo XIX y XX. Sin embargo como mencionamos dentro del concepto de la ética y como su resultado moral operativo.

La arquitectura para ser arquitectura debe servir a la sociedad. Es un bien social y sería una quimera pensar en una arquitectura asocial puesto que su génesis profunda radica en la satisfacción de necesidades biológicas, psicológicas, sociales y espirituales del hombre.

La premisa es clara, o al menos debería ser clara y contundente en cuanto a la valoración de una obra arquitectónica. Sin embargo, esa claridad meridiana, que exige una concepción tradicional de un producto arquitectónico, no parece tan diáfana ni precisa en cuanto empieza a ponerse en crisis la conceptualización misma y la evaluación de la obra arquitectónica.

En el periódico español El País, en su sección de cultura del 11 de septiembre pasado se escribe una nota que expone lo siguiente: un chico y una chica se tumban en el suelo desnudos para leer un libro, ambos viven en un ambiente artificial a una temperatura de 28 grados. A pocos metros otra pareja canta, vestida con ropa ligera, éstos sujetos conviven en una temperatura de 12 grados. Se trata de la instalación del arquitecto suizo Philippe Rahm y por raro que suene esto es prestigiada Bienal de Venecia.

“En esta disciplina cuentan también los elementos invisibles, como la luz o la temperatura” se defiende Rahm. “No todo van a ser maquetas, edificios, proyectos” . Al menos en esta 11ª. Bienal que se clausuró el pasado 23 de noviembre. En el recorrido por el Arsenal veneciano, periodistas y arquitectos se referían a este encuentro comparándolo con una exposición de arte contemporáneo: sin edificios reales, sólo experimentos, instalaciones y hasta una performance. Tanto de arquitectos consagrados como de jóvenes.

Todo est5o se debe en mucho a las ideas de ruptura e interpretaciones motivadoras de Aaron Betsky, (Montana, Estados Unidos 1958) Arquitecto, graduado en Yale, teórico de la arquitectura, ha sido director del Instituto de arquitectura Holandés, comisario del Museo de Arte Moderno de San Francisco y desde 2006 director del Museo de Arte Moderno de Cincinnati. Autor de una docena de libros y reconocido escritor de ensayos, no tiene pelos en la lengua cuando trata de ser crítico con los arquitectos “Una arquitectura que pretenda dar soluciones construyendo es falsa está muerta. Los edificios son la tumba de la arquitectura”. Betsky nos dice que es un error confundir la arquitectura con la construcción de edificios “ Es muy simple, pero al mismo tiempo suena confuso” explica “Una construcción es una construcción, la arquitectura es todo lo relacionado con la construcción de edificios, como organizar diseñar y pensar éstos o bien como aparecen en el paisaje. Los edificios son la huella más importante de un arquitecto pero es realmente difícil encontrar arquitectura en ellos en ellos porque uno mira al edivicio, pero no ve la arquitectura.

Los creadores que exponen este año en Venecia no plantean soluciones, pero muestran los caminos para hacer visible otro tipo de arquitectura. “vemos muchos experimentos que espero traten de aportar un nuevo punto de partida” comenta el curador de la Bienal.” No digo- continúa Betsky- que los arquitectos no sean necesarios. Necesitamos nuevos arquitectos, capaces de construir un mundo crítico, un mundo mejor, abierto a nuevas posibilidades que van más allá de los espacios de uso cotidiano, como casas, oficinas espacios donde las personas trabajan o se divierten. Tal vez es necesario encontrar otros instrumentos que impulsen una arquitectura que no se limite a la construcción de objetos-edificios”.

Consecuencia de estos planteamientos es, para el comisario de la muestra de que la arquitectura es poder económico y también poder político- agrega- “los edificios son muy costosos y sólo quienes tienen dinero y poder pueden asignar una obra a un determinado arquitecto. Para poder romper con la relación entre arquitectura y poder político los arquitectos deben simplemente, rechazar nuevos proyectos: Por otro lado, habrá cada vez menos dinero para una arquitectura inteligente y crítica.”
En el trasfondo de todo el sentido crítico y por lo tanto extraodinariamente valioso de esta Bienal, que premió con el León de Oro a Frank O. Ghery el lunes pasado, es preguntarnos si sigue vigente el lema de la Bienal del año 2000, dirigida por Massimiliano Fuskas que pedía menos estética y más ética en la arquitectura.
Betsky responde.”No se puede ser ético construyendo cosas feas, pero un arquitecto es ético cuando es crítico y es capaz de concertar la arquitectura con el mundo real”
En un centro donde se construye el conocimiento del quehacer arquitectónico. En un país acosado por la pobreza, la desigualdad del ingreso, la corrupción, la disolución social provocada por perversiones públicas como el narcotráfico y la inseguridad ciudadana, resulta esencial detenerse y preguntar. ¿Es necesario buscar un nuevo punto de partida?

¿Somos capaces de concertar la arquitectura con el mundo real?.¿Estámos haciendo una arquitectura ética, o simplemente aspiramos y entrenamos a los futuros arquitectos para hacer una arquitectura medianamente estética? ¿Nuestra concepción de la ética como valor arquitectónico supone el valor social del que hablaba el maestro Villagrán? Nuestro concepto de lo social va más allá de una visión antropológica arquitectónica de otorgar caridad al sin techo, sin importar la calidad del producto arquitectónico (desarrollos urbanos masivos con edificios ciegos a las necesidades humanas, comunitarias y ambientales, saturados de edificios en donde no se ve la arquitectura), y no de dar justicia social a los marginados mediante un producto arquitectónico que sea resultado del esfuerzo del empleo equitativo de la familia. Espacios donde se advierta, como dice Betsky, la organización el diseño y la sabia adecuación al medio ambiente? ¿O tenemos que desnudarnos para partir de nuevo?. Volver a vivir con el maestro De esta noble casa Arturo Chávez Paz la sabiduriá ética y su consecuencia moral y práctica del espacio arquitectónico como vivencia social significante. Capaz de emocionar y trascender, aunque se construya con papel y su duración sea efímera. ¿Es necesario plantearnos este cuestionamiento como un imperativo ético y social? ¿O se trata de exageraciones de ponencia y discurso (rollo) para simplemente llamar la atención y resolver el compromiso de la gentil invitación a este panel fingiendo un poquito de inteligencia?
Para no ofender a ninguno de mis ilustres colegas arquitectos y urbanistas, vayamos a otras latitudes. Que por otra parte por cultura, historia e idiosincrasia son auténticamente reveladoras de nuestra propia situación.

“¿Quiere usted descubrir por sí mismo el sentido de la expresión “impacto visual”- se escribe en un diario español- Véngase a la playa almeriense del Algarrobico en pleno corazón del parque natural de cabo de Gata, colóquese de espaldas al mar y recibirá la descomunal bofetada del monstruo de 75,000 metros cúbicos de hormigón que ha tomado posesión de las entrañas mismas de la montaña. Darse la vuelta y posar la vista en el horizonte marino tampoco es solución , porque le resultará imposible sustraerse a la abrumadora presión del intruso un gigante de cemento de veinte alturas que cae a pico sobre el mar, horadado por cientos de agujeros negros destinados a albergar los ventanales del complejo hotelero. El engendro – diseñado por renombrados bufetes de arquitectos y urbanistas, apunto yo, en los caules soñarían por trabajar muchos de nuestros desempleados egresados- habría pasado más desapercibido camuflado en cualquiera de los museos de los horrores urbanísticos que pueblan el litoral español, pero clama al cielo que haya recibido todos los permisos, parabienes e incluso subvenciones de las administraciones públicas que hicieron posible su construcción.”

El desaguisado del Algarrobico costará al erario público 200 millones de euros. La justicia sigue quejándose

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